Tanar de pellucidar by Edgar Rice Burroughs

Tanar de pellucidar by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs [Burroughs, Edgar Rice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 1929-02-28T23:00:00+00:00


Capítulo X

Persecución

Despertando de su profundo y reparador sueño, Tanar abrió los ojos y permaneció tendido observando el follaje de los árboles que había sobre él. Los pensamientos felices poblaban su mente. Una sonrisa afloró a sus labios y, luego, siguiendo el curso de sus pensamientos, volvió su mirada para recrearse en la amada figura de su esposa.

Sin embargo ella no se encontraba allí, en el lugar donde la había visto por última vez, descansando plácidamente en su lecho de hierba; pero no sintió ninguna preocupación. Simplemente pensó que se habría despertado antes que él y se había levantado.

Su mirada vagó perezosamente por el campamento, y entonces, con una exclamación de sorpresa, se levantó de inmediato al darse cuenta de que ni Stellara ni Jude se hallaban allí. Una vez más volvió a mirar a su alrededor, esta vez abarcando todo el lugar con su mirada inquisitiva, pero por ninguna parte se veía señal alguna de la mujer o del hombre que buscaba.

Les llamó en voz alta, pero no obtuvo ninguna respuesta. Entonces empezó a examinar el suelo alrededor del campamento. Observó el lugar donde había estado durmiendo Stellara, y sus agudos ojos le revelaron las huellas del himeo mientras se aproximaba al lecho de la muchacha. Descubrió otras huellas que se alejaban, pero pertenecían únicamente a Jude. Sin embargo, fue en la aplastada hierba donde el sari leyó la verdadera historia de lo ocurrido, toda vez que ésta le indicaba que había sido un peso mayor al de un solo hombre lo que la había doblado y aplastado de aquella manera: le decía que Jude transportaba a Stellara y Tanar sabía que ello sólo podía haber ocurrido por la fuerza.

Velozmente siguió aquel claro rastro a través de la tupida hierba, ajeno a cualquier otra cosa que no fuera la búsqueda de Stellara y el castigo de Jude. Por ello no fue consciente de la siniestra figura que se arrastraba por el sendero tras él.

Ambos descendieron la meseta —el hombre y la gran bestia que seguía sigilosamente su rastro— mientras las huellas lo llevaban hasta un risco que se asomaba sobre el mar. Allí Tanar se detuvo un instante para otear el océano y, en la distancia, divisó una canoa en la que se distinguían dos figuras, pero de quiénes se trataba sólo podía suponerlo ya que se encontraban demasiado lejos para reconocerlas.

Mientras se hallaba allí, aturdido, un leve ruido a su espalda llamó su atención, despertándole al instante de la obsesión por el pesar y la rabia que le envolvía. Al girarse, una rápida y ceñuda mirada en la dirección de la que procedía aquella interrupción, le reveló, a apenas diez pasos de él, la enmarañada faz de un tarag.

Los colmillos del tigre de dientes de sable relucieron a la luz del sol. El peludo hocico se arrugó en un gesto de furia y la inquieta cola de repente se quedó inmóvil, salvo por un ligero movimiento convulsivo en su extremo. Entonces la bestia se agachó, y Tanar supo que estaba a punto de cargar.



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